Letters from the sky


Abatido, derrotado, humillado. Muerto.

Para él, ya nada cobraba el mismo sentido: ni el campo de batalla, ni el sonido de las espadas, ni los rituales en señal victoria… Nada.
Solamente la decepción. La decepción de saber que no podría dar un paso más, ni uno solo en aquella tierra prometida.
Con lágrimas en los ojos y dignidad, el joven Aquiles levantó su cabeza hacia el cielo, con la esperanza de que los dioses hubieran escuchado sus pensamientos.
Si es que hasta para un semidiós, el arrepentimiento antes de la muerte aparece.
Aun así, sin miedo a la aparca se levantó ante los troyanos que ya lo daban por muerto, agito sus brazos y gritó, gritó como si volviera a nacer, como si escapara de una catábasis que procedía de lo mas profundo de su corazón, un lugar cínico y con pocos amigos que no conocía ni el respeto ni el amor.
Pero una cosa si, y de hecho, muchos afirman que fue lo que le dio esa fuerza descomunal: Conocía el honor. Su vida. El hecho de saber que nunca caería, y que seguiría corriendo hasta el final.
Y de repente, el tiempo se detuvo, un silencio ruidoso apareció de la nada.

Como una bandera que ondea en la gloria, los cabellos dorados del mirmidón derrotado se postraron en el suelo, formando parte de la physis de aquel instante. Formando parte de un todo cósmico que le concedería ascender al Olimpo de los griegos.
Y así lo describió Paris después de verlo morir: Como un ángel sin alas, un caballo desbocado que se desploma después de una larga travesía, un ser divino al que hay que respetar, un HOMBRE de verdad, un GIGANTE sin temor, un SEMIDIOS INDOMABLE.

Como el renacer de un inmortal. 

Como una obra de arte acabada de pintar.

Como un destello de luz en una noche oscura.

Como un caballero indomable al que hay que recordar.

Aquiles, el semidiós indomable.

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